Después de Obligado

Después de la cruenta acción de Obligado, tras los barcos de guerra esperaba en el Ibicuy un convoy compuesto de 92 mercantes, de los cuales solo 50 siguieron la navegación rumbo al norte; el resto, visto los riesgos del viaje, prefirió regresar a Montevideo. Al pasar frente a Obligado, fueron nuevamente atacados por una artillería volante dirigida hábilmente por Thorne, que provocó daños de consideración en la mayoría de las unidades. Lo mismo cuando trataban de pasar frente a las barrancas de Tonelero y Acevedo; ya restablecido, el propio Mansilla dirigió aquí la ofensiva, haciendo certero blanco en los buques de guerra que iban a la vanguardia.

El río es ancho en ese paraje, y pudo eludirse sin mayores problemas el ataque argentino. Pero nuestros defensores se desplazan con increíble agilidad, neutralizando con bravura las ventajas materiales del adversario. En San Lorenzo, a la vera del campo histórico del primer combate de San Martín en América, disimuladas entre altas malezas sobre el río, ubicó Mansilla sus baterías, dispuesto a acosar hasta el escarmiento a los intrusos. Al paso de las naves mercantes se iza de improviso la bandera argentina y todas nuestras piezas disparan simultáneamente un fuego que sembró pánico en el río y una confusión tremenda, dando unos barcos contra otros, “sin que apenas un solo buque saliera sin recibir un balazo”, según informa Inglefield al almirantazgo. Perdieron los aliados cincuenta hombres y dos más de sus navíos de guerra, el “Dolphin” y el “Expeditive”, resultaron muy seriamente dañados.

Al fin llegaron a Corrientes, única provincia cuyo gobierno no respondía a Buenos Aires. Esperaban poder vender la carga que transportaban las naves mercantes, pero la guerra había sumido en una gran pobreza a los pueblos del interior, de modo que el aspecto comercial se vio signado por un rotundo fracaso. Y había que volver a desandar el río, cosa que preocupaba seriamente a los otrora orgullosos marinos. Resolvieron pedir refuerzos a Montevideo. A ese efecto despacharon al “Gorgón”, pero no pudo pasar por el Tonelero. Después de tratar de sostener el nutrido fuego que se le hacía desde tierra, tuvo que regresar y refugiarse averiado en Esquina. Nuestros artilleros, con una habilidad increíble, atando sus baterías a la cincha de fuertes caballos, seguían a las naves del enemigo, que casi no podía creer en semejante asedio.

Los refuerzos pedidos no llegaban, y la escuadra anglo-francesa, tan castigada ya, no se atrevía a emprender el regreso sin el auxilio de otras naves de apoyo. Se despachó entonces la corbeta “Philomel”, atacada también en el camino, pero que logró llegar a destino. Desde Montevideo zarpan entonces los vapores ingleses “Harpa” y “Lizard”. Pero en el Quebracho, el “Lizard” quedó tan descalabrado que –prácticamente- no serviría ya de protección. En el parte correspondiente, el teniente Tylden dice que “el enemigo volteó nuestra pieza del castillo de proa, y su terrible fuego de metralla, que cribó el barco de proa a popa, me obligó a ordenar a oficiales y tripulación que bajasen”. También hubo de refugiarse en Esquina. Había recibido 35 balas de cañón.

Medio año pasó desde la acción de la Vuelta de Obligado, hasta que, después de muchas indecisiones y de grandes pérdidas, el convoy extranjero se atreve a regresar: 40 barcos mercantes y 12 de guerra, aunque dos de ellos, por lo menos, fuera de combate.

El honor correspondió esta vez al Quebracho: fue donde se libró un encuentro definitivo. Allí instaló Mansilla diecisiete cañones, mientras 600 soldados de infantería respaldaban esa fuerza contra un eventual desembarco, más de 150 carabineros, complementados con piquetes del batallón de Patricios, al mando del mayor Virto; en el centro, Thorne mandaba dos baterías y dos compañías de infantería, y hacia el otro extremo el batallón Santa Coloma, al mando de este jefe. Cuando los buques de guerra enfilaron a las baterías de la Confederación, el general Mansilla, después de gritar “¡Viva la soberana independencia argentina!”, dio la orden de fuego. El enemigo pretendía defender el paso de los buques mercantes, entreteniendo a nuestras baterías, pero fracasó en su propósito.

La altura en que se encontraban los cañones criollos los hizo inaccesibles para la pesada artillería aliada; en cambio, el desconcierto en el río no pudo ser mayor. Algunos barcos vararon, en su tentativa de huir, y todos sufrieron las implacables descargas de nuestras piezas. El teniente Proctor, en su comunicado el capitán Hotham, le dice así: “El fuego fue sostenido con gran determinación; fuimos perseguidos por artillería volante y considerable número de tropas que cubrían las márgenes haciendo un vivo fuego de fusilería. El “Harpy” está bastante destruido: tiene muchos balazos en el casco, chimeneas y cofas”. Hotham, a su vez, acompañando la nómina de muertos y heridos ingleses y franceses en el Quebracho, confiesa al final, sobriamente: “Los buques han sufrido mucho”. Pero el regreso del convoy, maltrecho, disminuido (en El Quebracho se perdieron muchos barcos, incendiados, varados, hundidos), provocó sordo malestar en los comerciantes de Montevideo, que se prometían pingües utilidades con transacciones de gran volumen.



Fuente:
Saldías, Adolfo – Investigación Histórica.

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